La declinación del peronismo como expresión política de la Nación viene de lejos y, en términos históricos, en una caída que asombra por su velocidad. A tal punto que una sola generación, la mía, pudo empezar aspirando a disfrutar una Nación grande con un pueblo feliz para llegar al país del 40 por ciento de pobreza, crecer gozando la etapa de su inauguración y esplendor y llegar a viejos sufriendo su decadencia… o desaparición.
No basta entonces con revisar estos últimos dos años de Frente de Todos y atribuir su fracaso electoral a bronca, castigo o desilusión con Alberto. Hay una enormidad de diagnósticos, juicios y advertencias respecto de los riesgos que asechan el futuro argentino.
Convengamos en que el Estado es para gobernar, no sólo para administrar. Que el pueblo entabla vínculos de representación con quienes lo escuchan, lo consideran y dignifican con el oído y la mirada atenta a sus necesidades y ambiciones. No basta con ser decente y poner la cara: hay que estar al lado, del lado del pueblo. Y frecuentemente ocurre que esas actitudes enojan a los poderosos. ¿Qué ocurre entonces?
No vamos a tomar el atajo de atribuir al poder mediático las causas del fracaso de Alberto, aunque es estrepitosa la ineptitud de la conducción del sistema estatal de comunicación pública. Hoy preferimos seguir ocupándonos de los errores nuestros.
Callejones sin salida
Porque concordamos, ofrecemos la amena versión de Paula Canelo: “Hoy, muchos de los callejones sin salida en los que se interna el gobierno parecen ser no sólo atribuibles a la herencia macrista o a la pandemia, sino autoprovocados por su sujeción a la máxima del “que nadie se enoje”… La gran pregunta es si el “que nadie se enoje” es una forma o un contenido. Si es nada más que un estilo que se pone en juego… O si, por el contrario, es una consecuencia de la ausencia de objetivos concretos, de un programa que fue enunciado en 2019 pero que progresivamente debió ser abandonado, precisamente para “que nadie se enoje”. Si la vocación de que “nadie se enoje” sigue primando por sobre la implementación de políticas reparadoras de la inequidad social, el escenario ya no será sólo el de los poderosos amenazando con enojarse, sino uno más grave: los propios enojándose más allá de toda amenaza…”
Y, sí. Alberto intenta pero no sabe. Es que no aprendió aún que cuando se trata de desafiar una crisis un gran hombre argentino necesita estar abrigado de calor de masas, blindado por el amor no por la TV; que sólo protegido por el subsuelo de la patria y convocando el espíritu de Perón y Evita es posible confrontar con la injusticia. De ahí su discurso centrista, nada emocional, amable, bondadoso, y peor: sin ideología.
Asfaltando el camino de la derrota
Menos preocupado por hablar con las bases sociales, con los trabajadores que son mayoría electoral, que con las minorías adversarias que, por otra parte, no quieren abrir sus orejas, asfaltó el camino de su derrota. En vez de salir a conquistar el voto de la matrona del barrio y su docena de hijos, pretendió contar con el soporte de los elegantes patrones. Motivó la crítica que ha saturado los espacios de opinión de la militancia peronista de los últimos tiempos; nunca escuchados, que hoy se demuestra tenían razón.
Lo examinamos desde palabras de Diego Fernández: “Cuando la práctica política desprecia la construcción orgánica, prima la política del pasilleo de palacio y el alcahuetismo de entorno… el argumento siguiente es que promoviendo el debate crítico «se le hace el juego a la derecha». Luego, se termina segregando, fracturando, expulsando y sobreviene el desequilibrio de fuerzas en el empate histórico para que la derecha tome el poder. Es el propio gobierno quien no constituye en acumulación de poder real lo que existe en potencia política en la comunidad. Es el gobierno quien elige una estrategia de acordar con los poderes y esto debilita al propio gobierno y al pueblo. Es el gobierno quien renuncia a constituir liderazgo, organización, proyecto estratégico soberano y mística que amalgame la fuerza. Y en ese renunciamiento radica su debilidad y la fortaleza de la derecha, no en ninguna crítica…”.
A los tibios los vomita Dios
Y, en otra sintonía, leyendo a Daniel Yepez: “Fuimos claros cuando dijimos ´a los tibios los vomita Dios´. Cuando dijimos que el progresismo formal, republicano y demo-liberal, en el continente y en el mundo no atrae a la masas, porque no les ofrece nada más que promesas y palabras «lindas», pero huecas. También dijimos que fuimos abandonando nuestra propia épica. Nuestros propios relatos, nuestra propia historia, que nos hizo grandes, amados y respetados por nuestro pueblo y por los de abajo, sobre todo. ¿Y en que nos fuimos convirtiendo? En políticos, gestores, funcionarios, candidatos, legisladores, etc., atornillados al sillón de los poderes públicos, no para servir a las mayorías empobrecidas y necesitadas sino para transformarnos en profesionales del poder. Políticos profesionales, funcionarios, legisladores, punteros, aislados de la realidad cotidiana de la gente…hace mucho que no receptan los reclamos del pueblo…”
Según Marcelo Duhalde: “Los partidos de fútbol ya no se ganan con la camiseta. Las elecciones tampoco, con Cristina sola no alcanza, el resto parece que juega otro partido, salvando un par de candidatos y un par de funcionarios. Tenemos 60 días para dar un fuerte golpe de timón y terminar con el buenismo y tomar medidas económicas que reviertan la formula. Persecución a las grandes empresas y control estricto de precios”.
Cambiar el rumbo
Hace rato que protestamos y vamos a seguir bregando por “cambiar el rumbo”, como ofrecen ahora los allegados al poder albertista; esa será la nueva cruzada de la militancia popular.
Adhiero a la Carta de Jorge Giles al Presidente de la Nación: “Cambie lo que tenga que cambiar, pero cambie ya. Reemplace a los funcionarios que no funcionan. Cambie de rumbo, y de manera urgente, su política económica. Deje de preocuparse porque su ministro de economía le hable a los mercados y al FMI. Transforme en épica nacional la denuncia contra la espuria deuda externa que nos dejó el macrismo asociado al FMI. Un pueblo lo acompañará. Salga de esa encerrona, por favor. Tenga un ministro que escuche y le solucione los problemas a los laburantes y a la clase media. Ponga plata en los bolsillos de los consumidores. Pero no monedas, sino plata en serio. Falta plata para comprar la comida en los hogares populares, Presidente. Convoque a los que saben de Comunicación para que de manera urgente instalen un sistema de Comunicación gubernamental que hoy no existe… Nosotros somos peronistas y por tanto, nos ubicamos a la izquierda del teatro de la humanidad, tenemos una historia como pueblo con dos siglos de experiencias en victorias y derrotas. De allí nace nuestra mística. Frote la lámpara de esa historia y le aparecerán los Héroes de Malvinas, los criollos que enfrentaron al enemigo anglo-francés en la Vuelta de Obligado, las montoneras del Chacho Peñaloza y Felipe Varela, los pueblos originarios que resistieron hasta su último lanza, los cabecitas mojándose las patas en la fuente del 17 de Octubre… Actúe rápidamente y un millón de militantes orgullosos saldrá sin que nadie les pida, a decirles a los vecinos y vecinas: “¿vieron que el Presidente los escuchó?”.
Para no perder mañana
Abundan las consideraciones y hasta justificaciones de coyuntura sobre la derrota electoral de un Frente electoral constituido para desalojar al macrismo pero que, evidentemente, no sirve para gobernar. Ganar exige abrir puertas, aventar desconfianzas, descomprimir los recintos cerrados de decisión y ser generosos en el reparto de recursos y de poder al interior de la fuerza popular en toda su extensión. Para no perder mañana, para ganar siempre, hace falta salir del despacho, hablar claro con todos y tener vocación de empoderar al pueblo.
Pero que el árbol no tape el bosque. Reconstruir el tejido político de la revolución será labor de las generaciones capaces de asumir el desafío histórico de internarse en el pueblo.
Está de moda explicar que en política no hay que mirar la foto sino observar la película.
¿Y si entonces torcemos la dirección y elevamos la mirada del problema?
Victorias neoliberales
Además de llorar la derrota electoral del Frente de Todos, historicemos: ¿a qué se debe la veloz sucesión de victorias del neoliberalismo en la Argentina?
Es que a partir del triunfal resurgimiento del ´73 el peronismo viene decayendo sin pausa y el neoliberalismo triunfando incesantemente. Y esta no es sólo una película: es una comprobación histórica.
La primera derrota electoral del peronismo en casi cuarenta años se la ocasionó el radicalismo. Aunque diezmado el arsenal político-organizativo del Partido Justicialista por la conquista de facto del neoliberalismo de Martínez de Hoz y el aniquilamiento de la generación militante, Alfonsín tuvo que apelar a nuevos recursos (la teoría de los dos demonios, entre otros) para prolongarlo, aunque con medidas económico-sociales algo más tibias e indecisas que las de la dictadura. Sin embargo Alfonsín es culturalmente el Padre de la Democracia y los 30 mil asesinados por defenderla apenas una memoria, unos resabios de los buenos tiempos que, como se sabe, siempre fueron peronistas.
Pero vino Menem y volvió a triunfar un neoliberalismo crudo y duro que cavó en trazo fino el régimen heredado de la dictadura. Ese peronismo ganó dos elecciones presidenciales y hasta se dio el lujo de imponer un jefe de gobierno en la Capital Federal. Con la reforma constitucional, esa impronta neoliberal se hizo perdurable. Pero no, aunque así lo parezca y no haya sido impugnada, invulnerable.
Luego, la alianza de un peronismo descafeinado con un menguado radicalismo condujo a la catástrofe de De la Rúa, cuya obra no fue más que un escalón vacilante pero afirmativo del curso neoliberal de la historia.
Convertir la crisis en oportunidad
Néstor (en un manejo de credo chino) supo convertir la mayor crisis económica, política y social del siglo en una oportunidad de recuperación del Estado, de la política y de las banderas nacionales, pero dejó intacto el plexo técnico-jurídico neoliberal. Ni así pudo evitar una derrota electoral contra un candidato neoliberal de importación.
Quedó comprobado definitivamente que ser o llamarse peronista había dejado de ser garantía de victoria de la Nación.
Cristina, en sus dos administraciones, logró el mayor nivel conocido en materia de libertades individuales y un fervoroso liderazgo de las clases populares, pero no lo tradujo en profundización de los cambios que reclamaba la época de emergencia del capital financiero y el neoliberalismo en el planeta. Sufrió dos derrotas electorales y fue testigo y víctima del nacimiento de un neoliberalismo capaz de competir con éxito en términos de la democracia formal.
Y así llegamos al presente.
Empecemos aceptando que, sin más realizaciones concretas que la lucha contra la pandemia, el gobierno de Alberto Fernández, escaso de las esperanzadoras características de por lo menos una instancia populista, no defendió su identidad, ni el júbilo propio del ánimo peronista; tampoco imprimió entusiasmo ni alegría en su oficio y ninguna oferta de felicidad y porvenir en su prédica, ni evocaciones de un pasado honroso y loable. Durante dos años lo escuchamos imponer privaciones y cuidados extremos, sin una hora para el disfrute del presente ni una exhortación patriótica. Nunca bajó a la villa ni acarició la cabeza de un desheredado y se hartó de discursear para los dueños poder. ¿Qué aval esperaba recibir de un pueblo ambicioso de paz, amor y prosperidad, los principales convites de la utopía peronista?
Sin salir del cerco que autoriza lo políticamente correcto y para superar las pulsiones de la autocomplacencia ¿no deberíamos interrogarnos sobre si es peronista el Frente de Todos? ¿si estaban representados los intereses del pueblo y la Nación en las boletas del denominado peronismo del Frente? y, por fin: ¿es el Frente de Todos enemigo del neoliberalismo?
La pregunta en cuestión
Prefiero atinar a una aproximación histórica del problema: ¿sigue siendo el peronismo la expresión política de la Nación contra el colonialismo y la garantía de los derechos sociales? ¿en que han cambiado las estructuras sociales y la idiosincrasia del pueblo argentino entre 1946 y 2021?
Aclaremos: aunque el Frente de Todos siempre será preferible al macrismo, tanto por proyecto económico estratégico como por sensibilidad nacionalista ¿es la fuerza nacional y popular de la igualdad o sus raíces están adentro del sistema partidocrático que apuntala el dominio de los privilegios? ¿estamos o no en la disyuntiva de Patria o Colonia? ¿es la herramienta estratégica de las tres banderas?
Aporte para la militancia
Hace exactamente un año, en setiembre de 2020 escribí bajo el título “aporte para la militancia” unos párrafos que ahora transcribo
“No es verdad que todo sea incierto. La voluntad organizada cancela la incertidumbre, la controla. La fuerza colectiva es capaz de orientar el curso de los acontecimientos y producir un futuro deseable. Los seres humanos, condicionados como estamos por las estructuras, tenemos la posibilidad también de actuar. Quien decide a tiempo corre con ventaja. Quien no decide es empujado como una hoja al viento por los ímpetus de la historia.
“Tal vez, tan importante como librarnos de la colonización cultural, sea acabar con los axiomas, los principios y las doctrinas anticuadas que hoy caracterizan al pensamiento del campo popular. El peronismo es nuestro piso histórico, pero no es nuestro techo”. (*) Ernesto Jauretche es periodista, escritor e investigador. Militante histórico del peronismo.
Fuente: infogei